Humillados y ofendidos
20.01.09 -
FEDERICO GARCÍA FERNÁNDEZ
De: ideal.es
Para: Grandes Montañas
NUNCA acaban de ver los ojos demasiada sangre. Nunca se acaban de escuchar gritos de dolor lo bastante atroces, ni humillaciones lo bastante insoportables. Nunca se derrama un caudal de sangre que sea lo bastante roja y abundante. Nunca el odio calma con ella su sed.Los aviones bombardean desde el aire y desde el mar. Las madres lloran abrazadas a sus hijos. Hace frío y las ventanas están rotas y abiertas. Los hijos lloran abrazados a sus madres. En algún rincón, por detrás de los escombros, los padres lloran a solas.
Los jóvenes son temerarios, hierven de rabia, levantan el puño y claman venganza pero, desde el azul del cielo, los cazas arrojan sus bombas sin ver otra cosa que 'objetivos' y 'blancos', y pequeñas nubes de humo que se elevan del suelo, sin nombre, silenciosas. Por debajo, si uno se acerca cuando se disipa el polvo, es posible ver el rostro más despreciable de la muerte, la que surge de un país gobernado por matones inmorales y cínicos.
Es posible que una bomba te arranque una pierna de cuajo, o un brazo, que te deje ciego o te despelleje vivo; es posible que acudan en tu ayuda los servicios médicos y que, al llegar a un barracón al que llaman hospital, éste haya volado por los aires o que, caso de estar aún en pie, se encuentre sin anestesia, sin plasma, sin vendas, y sólo puedan echar en tus heridas un poco de agua y sal. Un hilo de agua sucia guardada en una botella de Coca Cola, que ni siquiera puede ser calentada porque no hay electricidad ni gas.
Es posible que tengas hambre. Israel te ayudará a saciarla destruyendo granjas de pollos y alimentando tu resentimiento.
Es posible que tengas algo de dinero. Israel te ayudará a utilizarlo destruyendo las casas de cambio. Es posible que no tengas nada tangible, salvo la esperanza en el mañana. Israel te ayudará a alcanzarlo, destruyendo escuelas, mezquitas, clínicas, panaderías, talleres, oficinas, casas, padres, hermanos, y hasta el suelo que pisas.
Los días de los sitiados son un recuento de penurias y de afrentas. Por los basurales, sólo quedan despojos humanos vagando con sus jirones de dignidad y su odio enloquecido.
En la tregua del asedio, es posible escuchar el alboroto de un grupo de niños. Armados con piedras, persiguen una rata por los andurriales malolientes.
El terreno de la angustia y la pobreza es fértil para los movimientos religiosos. En una existencia sin esperanza, morir es la única salida. Uno se hace adepto del primero que promete un alivio, aunque sea saltando por los aires. Después de todo, en el gueto inhumano donde les han obligado a vivir, tampoco es ya posible respirar.
El mundo que miran nuestros ojos no es el que un día soñamos con llegar a ver. Los hombres y mujeres que gobiernan nuestras vidas no son como habíamos soñado, ni siquiera después de hablar como aquellos que sí lo fueron.
Un ejemplo impertinente. En junio de 2006, la aviación israelí destruyó la planta de energía eléctrica de Gaza, lo que enfadó a Estados Unidos: la había construido una empresa americana -Enron-, y la compañía aseguradora que debía pagar decenas de millones de dólares para su arreglo también era americana. Este es el chiste, o la despreciable naturaleza de los tentáculos de la política internacional: aviones fabricados por Estados Unidos destruyen -con bombas americanas- una planta de energía levantada y asegurada por compañías americanas.
La política de los estados está tejida con la peor de las telas de araña. Deudas y vasallajes, alianzas y codicias atenazan a unos y otros, enturbian y acallan conciencias. Hay demasiada ponzoña en la diplomacia de los despachos ovales. El mundo necesita verdades enteras para todos. La misma buena voluntad para resolver el sufrimiento de todos. La misma contundencia para condenar, y la misma indulgencia para perdonar. A todos.

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