Laura Fdez-Montesinos S.
Las crecientes voces que llaman en México a la instauración de la pena de muerte como solución a los problemas de inseguridad, no son más que la voz inquisitoria medieval que parece renacer ante la falta de imaginación y la capacidad manifiesta de solventar los problemas.
Está más que demostrado que donde se aplica la pena de muerte no mejoran los índices delictivos. Muy al contrario, se acrecientan. No porque el castigo no sea disuasivo suficiente, sino porque las necesidades son tantas, y el desmembramiento social tan severo, que no existe conciencia, o es menester robar, incluso matar para sobrevivir. Se trata de un problema de base, de educación, no de castigos medievales.
Se dice que los países con mayor cantidad de leyes son los más atrasados. Efectivamente, las sociedades más transgresoras, son las que más freno necesitan. Pero el problema no está en la cantidad o la severidad de las leyes, sino en el incumplimiento de las mismas. Las sociedades cuyas bases educativas y éticas, están firmemente establecidas, no usan topes para reducir la velocidad de enfermos al volante. Ni matan fríamente por veinte pesos, porque la mayor parte de su población tiene trabajo o su gobierno le proporciona una remuneración cuando no lo hay. Aquellos lugares con bajo índice delictivo, donde las puertas de las casas permanecen abiertas y las llaves de los coches puestas, gozan de finanzas sanas y suelen ser comunidades relativamente reducidas, compuestas por personas ordenadas, educadas y respetuosas, con principios educativos y éticos plenamente asumidos. Exigen de sus gobiernos elegidos por consenso, el reparto equitativo de sus impuestos, y no admiten los fraudes. Fraude o corrupción en estos lugares le cuesta el puesto y la cárcel al transgresor. En México no.
En México el número de individuos es enorme. Un reparto igualitario supondría una gran dificultad y un fragmento ínfimo del pastel. Además no todos merecerían la misma cantidad, por tanto, yo que estoy en la cúspide, me reservo la mayor parte y el resto lo desmigajo entre amigos y familiares. La base de la sociedad está tan podrida y corrupta, que no tiene calidad moral para exigir de sus gobernantes un comportamiento ético. No se conocen los derechos, por tanto no se exigen. Existe una apatía fantástica en la sociedad, que se ha acostumbrado a vivir bajo la sombra de la corrupción, y no hay conciencia de equidad. La justicia es injusta. Se castiga al trabajador pobre que comete delitos menores, pero no al pederasta rico, al empresario fraudulento, al gobernador asesino, al senador narcotraficante; se protege la mordida y se favorece la corrupción como medio de vida de la sociedad. La educación es pésima. Uno de los acordes con que el gobierno mueve a la ciudadanía al son que le interesa, para que no conozca sus derechos y no exija calidad en los servicios que le corresponde. Tampoco le interesa que lea. Se enteraría del entramado político con que oculta delitos flagrantes. De cualquier manera, la costumbre está tan arraigada, que aún conociendo la madeja de corruptelas, el político hace oídos sordos a las inútiles protestas. Al fin y al cabo, con la parte del pastel de los manifestantes, se compran jueces e instituciones que aboguen por sus intereses. Mientras tanto secuestradores, narcotraficantes y delincuentes de cuello blanco, aterrorizan a la población, carcomida por la corrupción que hemos permitido, y que es imposible y ridículo someter con soldados, que además, no son para eso.
El problema de la delincuencia no se soluciona rebanando el pescuezo de los transgresores. Primero porque los verdaderos delincuentes no pisan la cárcel. Segundo: porque la descomposición social es producto de una mala gestión que arranca desde la educación primordial. Hasta que dicha gestión no se recomponga, si es que alguna vez lo hace, no hará falta la inútil pena de muerte, medida barbárica propia de la edad media, no de entes que pomposa e inmerecidamente nos denominamos civilizados. Es la misma sociedad junto con un gobierno injusto e inútil, la que ha ido dando forma a estos delincuentes, la que ha permitido que existan. El delincuente no nace, se hace. Una sociedad descompuesta no crea individuos sanos y capaces, por tanto las directrices de solución habría que buscarlas en las bases sociales y de educación, de calidad social, de justicia y beneficios para todos, no en el matadero. laurafdez27@hotmail.com
Las crecientes voces que llaman en México a la instauración de la pena de muerte como solución a los problemas de inseguridad, no son más que la voz inquisitoria medieval que parece renacer ante la falta de imaginación y la capacidad manifiesta de solventar los problemas.Está más que demostrado que donde se aplica la pena de muerte no mejoran los índices delictivos. Muy al contrario, se acrecientan. No porque el castigo no sea disuasivo suficiente, sino porque las necesidades son tantas, y el desmembramiento social tan severo, que no existe conciencia, o es menester robar, incluso matar para sobrevivir. Se trata de un problema de base, de educación, no de castigos medievales.
Se dice que los países con mayor cantidad de leyes son los más atrasados. Efectivamente, las sociedades más transgresoras, son las que más freno necesitan. Pero el problema no está en la cantidad o la severidad de las leyes, sino en el incumplimiento de las mismas. Las sociedades cuyas bases educativas y éticas, están firmemente establecidas, no usan topes para reducir la velocidad de enfermos al volante. Ni matan fríamente por veinte pesos, porque la mayor parte de su población tiene trabajo o su gobierno le proporciona una remuneración cuando no lo hay. Aquellos lugares con bajo índice delictivo, donde las puertas de las casas permanecen abiertas y las llaves de los coches puestas, gozan de finanzas sanas y suelen ser comunidades relativamente reducidas, compuestas por personas ordenadas, educadas y respetuosas, con principios educativos y éticos plenamente asumidos. Exigen de sus gobiernos elegidos por consenso, el reparto equitativo de sus impuestos, y no admiten los fraudes. Fraude o corrupción en estos lugares le cuesta el puesto y la cárcel al transgresor. En México no.
En México el número de individuos es enorme. Un reparto igualitario supondría una gran dificultad y un fragmento ínfimo del pastel. Además no todos merecerían la misma cantidad, por tanto, yo que estoy en la cúspide, me reservo la mayor parte y el resto lo desmigajo entre amigos y familiares. La base de la sociedad está tan podrida y corrupta, que no tiene calidad moral para exigir de sus gobernantes un comportamiento ético. No se conocen los derechos, por tanto no se exigen. Existe una apatía fantástica en la sociedad, que se ha acostumbrado a vivir bajo la sombra de la corrupción, y no hay conciencia de equidad. La justicia es injusta. Se castiga al trabajador pobre que comete delitos menores, pero no al pederasta rico, al empresario fraudulento, al gobernador asesino, al senador narcotraficante; se protege la mordida y se favorece la corrupción como medio de vida de la sociedad. La educación es pésima. Uno de los acordes con que el gobierno mueve a la ciudadanía al son que le interesa, para que no conozca sus derechos y no exija calidad en los servicios que le corresponde. Tampoco le interesa que lea. Se enteraría del entramado político con que oculta delitos flagrantes. De cualquier manera, la costumbre está tan arraigada, que aún conociendo la madeja de corruptelas, el político hace oídos sordos a las inútiles protestas. Al fin y al cabo, con la parte del pastel de los manifestantes, se compran jueces e instituciones que aboguen por sus intereses. Mientras tanto secuestradores, narcotraficantes y delincuentes de cuello blanco, aterrorizan a la población, carcomida por la corrupción que hemos permitido, y que es imposible y ridículo someter con soldados, que además, no son para eso.
El problema de la delincuencia no se soluciona rebanando el pescuezo de los transgresores. Primero porque los verdaderos delincuentes no pisan la cárcel. Segundo: porque la descomposición social es producto de una mala gestión que arranca desde la educación primordial. Hasta que dicha gestión no se recomponga, si es que alguna vez lo hace, no hará falta la inútil pena de muerte, medida barbárica propia de la edad media, no de entes que pomposa e inmerecidamente nos denominamos civilizados. Es la misma sociedad junto con un gobierno injusto e inútil, la que ha ido dando forma a estos delincuentes, la que ha permitido que existan. El delincuente no nace, se hace. Una sociedad descompuesta no crea individuos sanos y capaces, por tanto las directrices de solución habría que buscarlas en las bases sociales y de educación, de calidad social, de justicia y beneficios para todos, no en el matadero. laurafdez27@hotmail.com

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