viernes, 9 de enero de 2009

Al -Sarquís: Un asunto familiar (Primera parte)

Un asunto familiar


Jorge Sarquís
*
Un lunes, a mediados del invierno de 1982, Mariano había concluido su primer recorrido del día por la estación antes de la entrada del personal; hacia las siete abordó la pick up que tenía asignada y condujo muy despacio rodeando los lotes sembrados ese ciclo, parando aquí y allá para tomar notas en su libreta de campo. Siguió el camino junto al río y condujo hasta el límite oriental de la estación; a unos veinte metros de la malla ciclón vio a las mujeres de los cortadores de caña que habitaban las galeras durante la temporada de zafra, el pudor le obligó a pisar el acelerador para no dar la impresión de espiarlas. Lavaban la ropa de rodillas, el busto completamente desnudo, los fondos transparentes empapados, escurriendo como cera, pegados a la piel desde las caderas; ellas ni siquiera volvieron la vista, no parecía importarles en absoluto que alguien pudiera verlas. Muy cerca, niños y niñas nadaban inocentemente desnudos en la suave corriente, que como serpiente al acecho, sigilosa escurre entre carrizos y frondosos sabinos que a su orilla languidecen desde cientos de años atrás. Viró a la izquierda por el camino paralelo a la carretera subiendo hasta el límite norte de la estación para tomar nuevamente a la izquierda el camino principal y regresar pasando las vías hacia la zona de oficinas.

Cuando Ismael se reportó con él, Mariano bebía una taza de café y terminaba de hacer la lista de tareas de campo para la jornada. Ismael lo saludo sonriente;
-Buenos días, -contestó levantando la cabeza-. -¿Cómo estuvo su fin de semana?
-Pues chambeando inge, ya sabe que en la casa nunca falta, -dijo con sonrisa infantil.
-¡Caray Ismael, usted descansa haciendo adobes!
-Pos qué queda inge, no hay de otra, -concluyó riendo a carcajadas Ismael.
-Bueno, bueno, ¿qué tiene de riego para hoy?
-Vamos a entrarle al H-1 que se nos quedó del sábado y ya quiere, ya va a empezar a llenar grano.
-Sí, se van a llevar tres o cuatro horas ahí, pero también quisiera que le metieran agua al D-2 porque va a empezar a jilotear y no queremos que le falte en estos días.
-Si quiere le meto aspersión con la otra bomba y jalamos agua desde el río.
-No, prefiero que use el hidrante y la tubería de compuertas, no vaya a venir el jefe y nos vea con la tubería atravesada en el camino, ya ve que eso sí les molesta. En fin de semana no hay bronca con usar la aspersión y atravesar tubería, pero a menos que sea una urgencia, entre semana evite hacerlo.
-Está bien inge, como usté diga. ¿Cuántos me llevo?
-Pues los nueve de riego ¿no? -preguntó extrañado el jefe de la estación.
-Es que nos falló Juvenal inge, ¿Me jalo uno de Melitón? ¿O le pido al tío uno de los suyos? Mariano tomó sus apuntes del escritorio, meditó la pregunta un momento mirando afuera, hacia donde estaban ya reunidos todos los peones de campo esperando su salida en las camionetas; muchos de ellos voltearon a mirarlo, Mariano se volvió hacia Ismael para responder:
-Melitón va a traer a toda su gente con las bazucas aplicando pal cogollero en las últimas siembras porque tienen algo de daño y pasan de las cinco hectáreas. Mejor pídale dos al tío pa´que le´chen montón y acaben rápido.
-No pos con dos, pal medio día acaban y regresando de la comida se los dejo.
-Órale pues, hágale así Ismael y arránquese porque ya lo están esperando. Ismael se dio media vuelta y se dirigía hacia la puerta, cuando esta se abrió bruscamente para dejarle ver a doña Luz cuan ancha era, que entraba pálida y a toda prisa al mismo tiempo que Mariano preguntaba curioso: -Bueno y a propósito, ¿qué pasó con Juvenal?
Antes de que Ismael pudiera decir algo doña Luz anunció: -Ingeniero, acaban de hablar de la presidencia que si va usted porque tienen detenido a Juvenal.
- ¿Cómo, qué pasó? ¿Por qué lo detuvieron?
-No sé, no me dijeron más que eso ingeniero; necesita usted ir, pero ya ve cómo es Juvenal, no me extrañaría que se hubiera metido en problemas por andar tomado.
Mariano salió de la oficina seguido de doña Luz e Ismael; en el pasillo se dirigió a ella: -hable y dígales que voy en camino. Salió al estacionamiento y al abordar la camioneta le dijo a Ismael: -se queda a cargo mientras estoy fuera; ¿Qué sabe usted de este asunto? –Nada inge, pero como dice doña Luz, usté conoce a Juvenal. Ojalá no sea nada, pensó en voz alta Mariano conforme arrancaba. Pasó junto al vigilante de la caseta casi sin parar, apenas devolviendo con un ademán el saludo que aquél le señalara. Durante el breve trayecto de la estación al centro del pueblo Mariano recordó cuando semanas atrás, Juvenal irrumpió en su oficina para reclamarle que hubiese delatado con el superintendente a unos compañeros que bebían cerveza en horas de trabajo. Corpulento y barrigón, bajo de estatura, de unos cuarenta años, de aspecto tosco y un tanto temible, Juvenal no había tenido que hacer mucho esfuerzo para intimidar al joven jefe, quien procurando no delatar su temor del rudo campesino, apenas atinó a afirmar que no sería cómplice de una falta que ameritaba incluso el despido. -Te rajaste inge, -lo retó Juvenal sin más. -Pues si lo quiere ver así, es cosa suya, ¿qué quería, que me hiciera de la vista gorda? –Esta te va a enseñar a ser machito inge, -lo amenazó el peón levantando el puño derecho cerrado al frente. Haciendo el mejor de sus esfuerzos Mariano se levantó de su asiento y contestó tan tranquilo como pudo: -que sea fuera de la estación Juvenal, porque se juega usted la chamba si se le ocurre algo aquí dentro; y ultimadamente, si se le ocurre, haga ya lo que tenga que hacer o regrese a trabajar y no dé lata. Juvenal no dijo más, lo miró fijamente con la frialdad del acero por instantes que parecieron a Mariano una eternidad, se dio la media vuelta y salió de la oficina; entonces Mariano se desplomó sobre su asiento sin aliento.

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